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Arena.

Era menuda. Llevaba rayos de sol en el cabello, clorofila en la mirada, y piel color arena. Parecía fría, pero si la conocías bien, se tornaba cálida, amorosa, y amable. Sonreía e irradiaba luz, tanta que era capaz de iluminar cualquier oscuridad. Sus abrazos eran calma, tranquilidad y paz. Sus emociones eran otro cuento, porque se parecían al mar: a veces tempestuoso y otras en calma. Pero, sobre todo, era luz... de esa que siempre te indica el camino a seguir y que brillaba, pero no hacía daño en los ojos. Así era ella. Así era Luz.

Ocaso.

Atardecía y me sorprendí a mí misma mirando de nuevo al cielo. Me distraje, como siempre, y me perdí mirando cómo los colores se mezclaban en perfecta armonía. En un lado encontré paz. Era una mezcla de azul y rosado, unidos de manera sutil, como si lo hubiesen pintado con tiza. Un poco después encontré la luz: intensa, una mezcla perfecta de amarillo y naranja. Y arriba estaba el azul: adueñándose del cielo como cada día.

Abrazo.

Me abraza y todo se reinicia. Nada pesa, nada importa... solo que estamos juntos de nuevo. Le abrazo con más fuerza y mis ojos se cierran. Todo fluye de manera ligera, tranquila, y la calma inunda cada parte de mi ser. Es una sensación mágica, indescriptible y duradera, que hace que jamás desee salir de sus brazos... porque sus abrazos son mi lugar favorito, mi paralelo 0, mi lugar en calma. El sitio al que siempre quiero regresar.

Tired.

A veces me cansaba:    de los desplantes y malos ratos,    de las despedidas y los fracasos,    de intentar algo que no deseaba hacer,    de usar los lentes para lograr ver,    de querer ayudarlos a todos,    de las palabras falsas y de las veces en las que no dije todo,    de los silencios,    de esos momentos en los que me cohibía de mirar al cielo,    de estar en un sitio donde era invisible,    de creer que todo era imposible... A veces me cansaba de todo. Y muchas veces más, me cansaba de mí.

Glasses.

La vida sin lentes era un tanto borrosa, pero me gustaba, me hacía recordar que había un tiempo en el que no dependía de un lente cóncavo para enfocarlo todo y me daba el gusto de hacer las cosas que hacía desde siempre. Me gustaba ver las estrellas en el cielo, así no pudiera distinguirlas bien; Me encantaban los días lluviosos, los atardeceres y amaneceres, aunque mi visión se volviera más borrosa en esas horas; Me gustaba leer, aunque a veces me perdiera en tantas letras; Y me gustaba jugar con el enfoque de mis ojos, para darme cuenta que el astigmatismo nublaba un poco más que la miopía. Pero siempre me tocaba regresar...      al transparente mundo detrás de un par de lentes cóncavos,           al verde de la luz que se reflejaba sobre ellos                y al reflejo de mi ojo cuando la luz tomaba cierto ángulo. Siempre me tocaba volver a ser dependiente, aunque admito que existían días en los que deseaba que no.

Protón.

Si él no hubiese llegado, yo seguiría con mis idas y venidas. Me hubiese distraído con cualquier mirada y con alguna sonrisa, hubiese permitido que alguien más me besara sin cariño y solo por deseo, seguiría jugando con los sentimientos de esa persona que solo deseaba jugar conmigo, hubiese soportado todas las tonterías de ese que no entendía que yo había dejado de quererlo y, sobre todas las cosas, seguiría en mi rincón personal aguardando, esperando que alguien apareciera, me inspirara y me hiciera escribir miles de cosas bonitas. Si él no hubiese llegado, las cosas seguirían siendo lo mismo y nada hubiese cambiado. Pero llegó. Con ganas de hacerme sonreír, de hacerme creer que podía lograr esa improbabilidad tan lejana. Llegó a darme esperanza y seguridad. A enseñarme que se puede querer de una manera muy bonita, sin prisas, con intensidad y confianza. Llegó. Cuando había perdido las esperanzas... Justo cuando ya no lo estaba esperando.