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Other place.

Me gusta una casa que está un poco alejada de la civilización: a su lado, está el varadero y, desde la puerta, se ve la playa. Es una casa en la que puedes pasar horas mirando a las palmeras meciéndose, al agua que está tranquila o al cielo que es azul, pero de una tonalidad muy clara; o puedes salir de ella y sentarte que en unos troncos que están bajo una mata, donde sólo te preocupas de que el viento despeine tu cabello y en los que sientes una gran calma. Una casa en la que no te preocupas y casi no necesitas de internet o del teléfono y donde puedes sentarte a conversar un buen rato con alguien sin siquiera pensar en la hora. Me gusta esa casa: única, diferente y un tanto especial.

Antítesis.

Iba y venía. Subía y bajaba. Lloraba y reía. Gritaba y callaba. Moría y vivía. Aunque así era ella: patética, sensible y dramática... tan confusa que nunca pude saber porqué la querían tanto. Para mí, ella era una antítesis: una contradicción, una confusión. Era ligeramente falsa, material e insípida; y tan débil que su mundo podía venirse abajo si se le miraba de cerca y toda su belleza podía quitarse o agregarse con un poco de esfuerzo. Nunca entendí porqué se veía tan hermosa cuando sonreía si su sonrisa no era la más bonita de todas. Tampoco entendí porqué sus simples y oscuros ojos café encantaban tanto... ella era tan normal, tan estándar, una más entre un millón, y aun así lograba resaltar. Nunca supe cómo era posible, si la suerte la había dejado de lado hace años y el sol no lograba iluminar toda su alma; y nunca pude percibir cómo lograba hacerlo, si ni siquiera ella tenía la suficiente fe en sí misma. Pero, así no supiera cómo, ella lo hacía. Ella... resaltaba.

Sometimes.

A veces me siento triste, decaída y un tanto deprimida; o me pongo a pensar demasiado las cosas y no aprovecho las oportunidades que me vienen. A veces prefiero contemplar la luna, mirar fijamente al sol o me provoca ver el mundo a través de ese ojo por el que menos veo, sólo por la ocurrencia de ver las cosas un poco borrosas y distorsionadas. A veces extraño a los que se fueron e imagino cómo sería mi vida con ellos a mi lado. A veces me siento bonita con mi típico estilo despeinado y descuidado; y, otras veces, me arreglo un poco e intento ser feliz. A veces recuerdo esos momentos que viví con personas a las que casi no veo o deseo saber algo de esos que ya no están. A veces extraño esos mensajes eternos en los que me contaban miles de historias hasta el amanecer, así como las risas y el nerviosismo. A veces me da por extrañarte y, en el momento menos pensado, me da por decirte que te extraño.

A memory (para mi abuelo).

Me llega un recuerdo a la mente: yo, diez años menor, en casa de mi abuela Virginia. Recuerdo que, el hombre de ojos grises, me atrajo hacia él, me abrazó y me susurró que me habían colocado Virginia porque me querían demasiado. Recuerdo que lloré y él lloró conmigo. Luego, mi mamá me apartó de su lado: era hora de irnos. "¡Bendición!", le dije a mis abuelos. "Dios te bendiga" respondió el hombre de ojos grises mientras solo miraba como me marchaba de su lado.

50 unidades.

Aún recuerdo cuándo todo inició. Recuerdo que, hace seis o siete años, escribí mis primeros versos. Admito que, en ese momento, me sentí diferente: sentí que había encontrado un escape para todos mis problemas y un refugio para cada uno de mis demonios... aunque, también me desconcertó un poco tener ese don. Mis primeras estrofas gustaron, ¡vaya! Eso no lo esperaba. Continué escribiendo. Al transcurrir dos años, aproximadamente, comencé a escribir poemas de cuatro o cinco estrofas y logré salir de aquel estilo que me hacía escribir poesías de sólo una estrofa. Mejoré muchísimo: hacía mejores rimas y me llevaba mejor con la métrica. Mis poesías seguían gustando y eso me hacía feliz. Conforme crecía, dejé de escribir poesía por un tiempo y comencé a escribir en prosa. Este estilo también fue aceptado y admito que, quizá fue aceptado, con mayor intensidad que los versos. Fui creciendo y me topé con personas que me incitaban a escribir. Los aprecio, ¿cómo no hacerlo? Si escribo pa

Sin concluir.

Él era el chico nuevo. Ese que provenía del lugar donde el cielo resplandece sobre los techos de zinc. Ella provenía del mismo lugar, pero había vivido tanto tiempo en la Isla que, prácticamente, provenía de aquí. Ellos se encontraron sin motivo aparente: simplemente eran dos personas que se conocían. Hubo química, eso se notaba a simple vista... y sí: lo supe al verlos. Porque sentí que llevaban años conociéndose, cuando sabía que solo habían transcurrido unos días a partir de ello. Sus días pasaban con prisa. Compartían risas, momentos, anécdotas, recuerdos, sonrisas... compartían y aprovechaban cada segundo de su tiempo en común; haciéndolo duradero y, quizás, eterno. Se acostumbraron a esperarse cada día después de clases, a compartir un viaje de bus que los llevara a su destino... se acostumbraron a estar juntos y, eso, era un tanto peligroso. Luego llegó lo inevitable, es decir, su química se hizo mayor y notaron que sus sentimientos iban en aumento. Se querían, ¿qui

I know...

Sé que las personas crecen, que los caminos se dividen y que los amigos se separan. Sé que la amistad no muere con la distancia y que la distancia puede acortarse. Sé que las personas se van para cumplir sus sueños y que, aunque hoy nos despidamos, podemos vernos meses después para abrazarnos con todo el cariño que nos sobró. Sé que, al vivir en una Isla, debo ver a muchos amigos marcharse a Tierra Firme y sé que, aunque no me gusten las despedidas, siempre me tocará despedirlos. Sé que conocerán otras personas y quizá me olviden un poco... Sé que ellos cumplirán sus metas y, eso, me hace olvidar, solo un poco, la distancia.

Algo naranja.

Estaba en un banco de la plaza cuando vi que un auto naranja, ese en el que me subí pocas veces, se acercaba. Me hice la desentendida y le efectué la pregunta más estúpida a mi primo: "¿Este auto es de tal persona?" a lo que él respondió que sí ¡vaya! Lo sabía, aunque, ¿a quien quiero engañar? Yo también lo sabía. Volteé y me quedé mirando esa masa naranja que se desplazaba sobre el asfalto. La miré para verificar que allí se encontraba él... y, sí, allí estaba. Entonces lo miré y, aun con mi visión borrosa, noté que me miraba a través de sus lentes. Así que, mi mirada -y parte de mi estabilidad-, se fue con aquel auto naranja. Cuando ese objeto naranja salió de mi visión periférica, sentí un tirón en el pecho y percibí que mis ojos se humedecían un poco. Me dolió, lo admito. Me dolió verlo así, de lejos. Me dolió que las cinrcunstancias no fueran las adecuadas. Me dolió que mi vida se desestabilizara un poco tras ese "encuentro" y me dolió no haber podido corr

Café esmeralda.

Eran una pareja poco común: ella escribía y miraba al mundo a través de sus ojos verde esmeralda; él, en cambio, llevaba margaritas blancas y el café en su mirada. Aunque deseaba hacerlo, nunca los miré juntos, yo era una simple espectadora, alguien que veía todo de lejos y esperaba ansiosamente el día en el que ellos se encontraran. Me gustaba escuchar lo que él hablaba de ella y amaba leer lo que ella escribía de él. Pero, en silencio, deseaba que ese mar inmenso que los separaba se hiciera pequeño. Deseaba que se volviera riachuelo para que la distancia se acortara y, en cambio, los acercara... Cuando ese día llegó, no logré estar. Miré sus fotos días después y admito que una felicidad inmensa vino a mí. Mi emoción era tanta que no dejaba de sonreír. Entonces imaginé que el café de sus ojos había encontrado ese brillo esmeralda que llevaba tanto tiempo esperando. Imaginé que su felicidad era tan inmensa como ese mar que los separaba. Imaginé que ahí estaban ellos, juntos, s

Recordé.

Hoy me acordé de mi abuelo. Recordé que sus ojos eran los más bellos que nunca había visto, recordé que siempre intentaba mirarlos y recordé que peleaba contra la genética por no tener sus ojos grises. Recordé, con lágrimas en los ojos, que él era mi vida entera, que solo me bastaba tomar de su mano para sentirme feliz, que solo necesitaba verlo sonreír o verlo tocar sus dedos para regalarle una sonrisa... luego recordé que él ya no estaba y sentí un vacío en el pecho. Deseé febrilmente que vinieran a decirme que todo esto fue un mal sueño y que mi abuelo sigue sentado en su silla, jugando con sus dedos, tomando un nylon de pesca imaginario, observando a todo cuando no observaba nada... deseé que me dijeran que estaba vivo y que sus ojos grises jamás se habían apagado. Debo ser realista y dejar de mentirme: sé que nadie vendrá a decirme lo que deseo escuchar. Debo aceptar que, los ojos grises de Andrés, hace meses, dejaron de brillar.

Él (para mi Papá).

La relación con mi papá nunca fue muy buena. Desde niña no recibí ninguna felicitación de su parte, excepto en cada una de mis promociones, siempre me abrazaba en mi cumpleaños, en las promociones, en la Navidad o el Fin de Año. No era de esos padres emotivos que te preguntan "¿cómo te fue hoy?" o cosas por el estilo... pero era mi papá y nada de eso debía afectarme. Actualmente, mi papá sale de casa todos los días y regresa en la noche, solo lo veo cuando llega y, a veces, si tengo suerte, cuando se va. Él sale de casa por nosotros, para ser nuestra fuente de ingresos y sé, perfectamente, que lo hace más que todo por mí: por la pequeña, la que estudia pero no trabaja, la que aun debe mantener y por la que aun se debe preocupar. A él le debo muchas cosas, lo sé, y cada día le agradezco cada cosa que ha hecho por mí: sé que le agradezco a aquel que nos dejó cuando éramos niños para irse con otra mujer, porque volvió y no se ha ido, por ser mi ejemplo de hombre trabajado

A girl.

Era difícil tratar con ella. A veces era insoportable, me odiaba, se alejaba y se guardaba dentro de sí para evitar que alguien le hiciera más daño. En otras ocasiones estaba feliz, deseaba salir, disfrutar de un rato con amigos, hablar de aquella decepción amorosa que le hizo daño o, quizá, hablar de aquel a quién quiso mucho pero ya no quiere más. Había que tenerle paciencia, así te desesperara por cualquier tontería. Había que quererla, entenderla, abrazarla de vez en cuando, reírte con ella... había que cuidarla como a una niña pequeña. Había que cuidarla como esa niña de catorce -casi quince- años que aun no quiere dejar de ser eso: una niña.

Perfume de vainilla.

Él tomó mis manos entre las suyas y, por un momento, solo existíamos los dos. Él miró mi mano, mis dedos y, así, de la nada, entrelazó sus dedos con los míos, como si ya estuviese acostumbrado. Mientras la brisa traía consigo su dulce perfume de vainilla, ese que me encantaba tanto, saqué mis dedos de los suyos, sabiendo que, en el fondo, no deseaba hacerlo. Seguimos hablando y él no dejaba de intentar tomar mi mano con toda naturalidad. Mi mamá me hizo señas indicándome que era hora de irnos. Me despedí de él y lo abracé, quizá para mantener un rato más su olor conmigo. De repente, en el trayecto de vuelta a casa percibí que mis manos olían a ese perfume suyo: olían a vainilla. Así que, llegué a la conclusión de que, a veces, la felicidad te deja un suave olor a vainilla en las manos.

¿Dónde estás?

Es increíble. Confieso que, hace meses, ni podía imaginar que llegaríamos a esto. Hace meses te escribí algo que sentía y que, ahora, no he dejado de sentir... pero creo que nada es igual a ese momento. Actualmente no somos ni un "hola". ¿Dónde quedaron esas noches en las que hablábamos hasta el amanecer? ¿Dónde quedó esa promesa de estar siempre ahí? ¿Dónde quedaron los abrazos que alguna vez nos dimos? ¿Dónde quedaron los "te quiero", las disculpas, las sonrisas? ¿Dónde quedó aquel que se convirtió en una de las personas más importantes de mi vida? ¿Dónde quedaste tú: chico de lentes sucios y andar despreocupado? Quizás estés allá, lejos, tal como dijiste más de una vez.

I need keep on.

Mis párpados caen. Sé que es tarde porque el reloj digital de mi computadora me lo indica. Me estiro lo más que puedo en esta silla. Es inútil. Mis músculos duelen. Éstas, definitivamente, han sido las horas más largas de mi vida. Es extraño, pero siento la necesidad febril de dejar todo e irme a dormir. Mi visión se nubla y mi boca se abre, en intervalos cada vez más frecuentes, dejando salir el bostezo número n. Mi alergia volvió, al parecer no es bueno estar tan cerca de una corriente de aire. Mis músculos se tensan. Créeme, no es bueno estar sentada durante horas. Las letras se entremezclan y se vuelven pequeñas. Tal vez no lo creas pero, realmente, necesito mis lentes. Busco interminablemente algo que creo que no encontraré. Casi todos aman el hecho de trasnocharse y pasar horas, e incluso días, despiertos... considero que están equivocados. Déjame decirte que, mis ojeras, junto a mi cansancio, aumentan cada vez más. Siento el presentimiento de que tiraré la toalla en

Curioso.

Es curioso tener el corazón roto. No esperas que nadie te diga lo que necesitas escuchar, o quizá, leer; no deseas ser cortés con todo el mundo, no quieres decirle a todos lo que quieren oír sino lo que realmente piensas.... Es algo curioso, ¿sabes? Porque llegas a un punto en el que no te importa lo que los demás sienten. Tú te sientes mal, lo sabes y lo saben, pero quieres que ellos estén bien y, dependiendo de tu estado de ánimo, los alientas pero no te quedas para verlos sonreír: eso te mataría o rompería más tu corazón. Te vuelves seca, fría, nada logra llenarte y, por esta vez, no te importa que eso suceda. Sonríes, pero la sonrisa no llega a tus ojos. Sientes que nada vale lo suficiente, que el dolor no dejará de hacerse más y más grande... y, al leer las palabras conocidas de ese alguien conocido, te das cuenta que es algo curioso tener el corazón roto.

El cielo de esa noche.

Era un cielo oscuro, de un color añil. Era azul, pero era negro... era como una contradicción inmensa. Se veían las nubes un poco celestes, no eran blancas como en el día, sino que eran de un azul más claro. Sobre mí estaba la luna: estaba incompleta. No sé si estaba en un cuarto menguante o creciente; si estaba creciendo o se estaba poniendo más pequeña... quizá pronto vea una luna llena o, quizá, una media luna. También estaban las estrellas: eras muchas. Tantas como las que había cada noche. Cada una brillaba y me invitaba a contarla. Se parecían a miles de mini-faroles, cada uno encendiéndose de pronto. Mientras lo miraba, no pasó ningún avión. Me extrañó, porque ellos acostumbran hacerlo. Así que contemplé ese cielo desnudo, solo, tranquilo. Ese cielo que era cielo, que era mi cielo. Ese que es inmenso, interminable, inalcanzable. Ese donde encuentro inspiración... Ese que no se cansa de descubrirme cada noche sonriéndole a la luna.

Cuestiones del destino (aporte).

-El castillo de arena hacía mucho que no volvía a construirse- Dijo el joven, sonriente, a pesar de la obscura noche que lo rodeaba en el filo de la eternidad. Ella reflejaba su impresión con reconfortantes palabras y gestos mientras que el pájaro volaba hacia lo más lejos del horizonte en su perenne intento de alcanzar la luz de la blanquecina luna de las frías noches. Un escenario imaginario comenzaba a concebirse en las mentes de los dos cansados aventureros a medida que su conversación fluía con la ligereza de un romance procedente de los años del nuevo mundo. La pareja, que por primera vez en sus vidas intercambiaban relatos e historias sobre sus vidas pasadas, en compañía de perspectivas del mundo, las cuales, compartían en común. A pesar del inesperado encuentro, no era la primera vez que sus miradas se entrelazaran en búsqueda de aquel vacío por llenar. La casualidad los había unido en más de una ocasión, y ambos, habían disfrutado aquellos instantes con la ilusoria esperan

De ella.

Ella dijo: "pueden bailar, poner música, cantar... porque ya él no está, él está descansando en paz." y me sentí vacía. Sentí un fuerte dolor en el pecho y un vacío en el alma. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no permití que ella me viera llorar. Luego ella, entre lágrimas, no dejaba de decir: "a mi me pega más". Y, definitivamente, mientras la escuchaba, no dejaba de creer que eso era cierto. Para mí no había duda de que a ella le pegaba más que mi abuelo hubiese muerto. Ella que pasaba días enteros con él, le daba de comer, lo vestía, lo cuidaba, lo amaba. Ella que prometió amarlo hasta que la muerte los separara y que no ha dejado de hacerlo a pesar de que... la muerte los separó.

Una historia (aporte).

Bueno, por donde empiezo... Una amiga mía era "cuadre" de un chico. Ese chico, me presentó a su mejor amigo en vacaciones. Me escribía y luego, cuando entramos a clase, nos veíamos en el liceo, teníamos amigos en común y así... Pasó el tiempo y me empezó a gustar. Yo gustaba de él y él de mí, claro, según él. Éramos "cuadres" por decir de alguna manera. Como vive por mi casa, nos vimos el 31 de diciembre: estuvimos juntos un rato a media noche, lo cual me trajo problemas con mi madre. Ella me decía que me podía aceptar un novio, pero no a él, que ella no quería ese "carajito" para mí. Eso fue el boom de la familia. ¿Cómo la niña y la princesa de mami y papi podia estar "enamorada" de ese chico? Pasaron los días, las horas, los meses... llegó febrero y seguíamos siendo "cuadres". Me cansé. Me cansé de tanto esperar, me dí cuenta que el no era para mí, ni yo era para él: éramos de dos mundos totalmemte distintos. Él era más,

Tocar fondo.

Mi abuelo enfermó y eso, sin yo saberlo, me hizo caer de a poco en un pozo que parecía no tener fondo. Días después, mi abuelo murió y, justo en ese instante, me di cuenta de lo que significaba tocar fondo. Porque, en ese momento específico, toqué el final de ese pozo. Era como si una situación provocara la otra. Algo así como una especie de reacción acoplada. Pasaron los días, el funeral, el entierro, los rezos de cada noche sin falta. Entré en depresión. Solo Dios sabe cuánto lloré y cuántas veces necesité que Andrés siguiera vivo. Me desesperé, lloré días enteros, pasé días sin ver televisión, pasé horas mirando sus fotos, me sentí vacía, rota, deshecha. Por mi mente dolida y subjetiva pasó una frase: “Nunca sabes cuán hundido estás hasta que, de una u otra forma, sientes que tocas fondo.” Y siento que, por esta vez, tengo razón.

¡Feliz cumpleaños!

¡Llegó el día! Hoy es 27 de Mayo, mi cumpleaños y, desde que tengo memoria, el mejor día del año. Pero, en este año, no hubo torta, ni celebración, ni motivo para celebrar... Al día siguiente, se había acabado todo: ya no era mi cumpleaños, sino otro día normal. Casi entrada la noche, hubo un pequeño destello de luz: hubo alguien que quería que mi día fuese diferente. Él llegó, con un ponqué en la mano, me abrazó, me sonrió y me dijo: "¡Feliz cumpleaños!" mientras me invitaba a su casa porque, según él, me tenía una sorpresa. Lo pensé, por unos breves minutos, acepté y nos fuimos. Llegamos a su casa y dos amigos me felicitaron. De pronto, la típica canción de feliz cumpleaños sonó de fondo mientras él venía con otro ponqué en la mano pero, esta vez, con una vela encendida. Él sacó su guitarra y comenzó a cantar... lo grabé todo, lo admito. De repente, como última canción, decidó cantar "Falta poco" de Rawayana. ¡Vaya! Llevaba años, desde que escuché la ca

Deceso.

Caía la noche. El hombre de ojos grises estaba postrado en la cama, como ido, como si no notase que la casa estaba llena de gente. Respiraba rítmicamente, su respiración era algo intermedio entre un resoplido y un jadeo. Él miraba a un punto en el vacío, como quien está ausente. El doctor sin bata hacía todo lo posible para hidratar al hombre de ojos grises. La respiración de aquel al que le colocaron la intravenosa de suero se volvió lenta y acompasada. Luego, casi como de repente, el hombre de ojos grises dejó de respirar. El doctor sin bata lo intentó reanimar de todas las formas posibles, pero ninguna dio resultado: el hombre de ojos grises murió frente a mí y frente a todos nosotros… yo no dejaba de aferrarme a un cojín de alpiste, como si mi abuelo, aquel hombre de ojos grises viviera aún dentro de él. Yo lo ví minutos después de haber muerto y por mi mente no dejaba de pasar una única frase de Benedetti: “Entonces miro al león que tiene la boca abierta, pero no ruge”.

El amor de las dos.

De la man era má s casual , dos Virg inia perdieron al amor de su s vidas en una misma noche. El de l a primera era el amor de s u vid a, el que hizo que se enamorara, con el que ella deci dió casarse y tener hijos: su compañero de toda la vida. El de la segunda era un amo r diferen te: no era su compa ñe ro, no se había enamorado, pero le a maba. Quizá le amaba demasiado, era aquel al q ue solo ve ía para sentirse feliz. Él, aquel lunes por la noche, las dej ó a las dos solas, vacías, con lá gri mas en los ojos. Algunos las vieron, cada una por su lado, lloran do, sufriendo de diferente forma. Una con una s pupilas azules carentes de luz y la otra con sus ojos cafés s i n b rillo. Ambas, como aliadas, despi dieron a sus amados. Ambas despi dieron a un hombre de o jos grises, a mbas tuvieron que llorar al mismo hombre. Ambas, nieta y abuela, le dijeron adió s al amor de sus vida s.  

Subconciente.

Estaba sola, de pie, en un lugar como cualquier otro. De repente, llegó. Me miró, sonrió y no pude evitar sonreír de vuelta. Me tomó de la mano y me llevó con él. Me sentí cómoda, como si no hubiese sido la primera vez que sucedía. Sin saberlo, estábamos en una casa. Nos sentamos y, mientras hablábamos, llegaron sus primos. Nos hablaron, querían saber de mí. Él trató de ignorarlos y me volvió a tomar de la mano. De la nada, volvimos a estar en la calle y parecía como si no existiese nadie más. Me solté de su mano mientras caminábamos. Luego, como si nada, la volví a tomar. Él jugó con mis dedos, como si desease entrelazarlos con los míos. Lo admito, yo también deseaba que eso sucediese. Nos sentamos en un banco a mitad de la calle. Nos miramos. De pronto se me acercó. Quedamos cerquísima, sus labios a centímetros de los míos... Abrí los ojos y escuché el sonido de un ventilador girando. Me encontraba sola, en mi habitación.

Rainbow.

Éramos dos personas mirando al cielo, absortos, como si nada más importase. Él lo miraba, quizá con la misma pasión que lo hacía yo, pero su pasión y la mía eran absolutamente distintas: él buscaba un refugio, algo hermoso que ver, mientras que yo, simplemente, buscaba inspiración. De repente, mi mirada encontró algo más que ver, lo miraba a él: se veía cómodo, en casa, como si hubiese hallado su hogar en ese cielo inmenso. Se le veía feliz, alegre y, tal como una relación directamente proporcional, me sentí alegre, tan alegre que sonreí. Él desvió su mirada del cielo, como si una fuerza invisible lo atrajera, y puso su mirada en mí. Nos quedamos callados, mirándonos, contando los lunares del otro, sonriendo como tontos y, de momento, no hizo falta nada más.

Póstumo.

Lo recuerdo. ¿Cómo no podría hacerlo? Él, absolutamente, era del tipo de persona que son difíciles de olvidar. Sin duda alguna me acuerdo de él: era un poco más alto que yo, tenía unos brillantes ojos cafés y esa mirada llena de vida. Su piel era morena y bronceada, llevaba un peinado común y, quizás, eso era lo único común que formaba parte de él... Confieso que prefiero recordarle así, igual a la última vez que lo ví con vida. Prefiero eso, mil veces, a recordarle dentro de ese ataúd negro, con la mirada y la vida apagada. Recuerdo, también, la tarde en la que me dijeron que había muerto y recuerdo, realmente, el dolor y el vacío que sentí después de eso... Recuerdo a mi primo: sonriente y solo unos meses menor que yo.

Eres más que un muñeco (aporte).

En aquel corto instante posterior a la segunda indebida pregunta lanzada al azar, la mente de la mujer de rizos cabellos daba vueltas sin parar, como si de una ruleta rusa se tratase, y es que pensó un millón de opciones, respuestas y maneras de evadir el disparo que tal pregunta representaba. Una sola opción de pronto comenzó a ser la única respuesta válida ante tal situación, y es que por muy falsa que fuese el contenido de esta, resguardaba el orgullo de si misma, por mucho que doliese reconocerlo. Su cabeza de pronto reaccionó al cabo de un millón de años que se traducían en un segundo en la realidad. Movió su cabeza de Este a Oeste, dejando más que claro la negación de su respuesta. El extranjero de la ciudad rodeada de láminas de Zinc y obscuros cielos premeditó tal respuesta, sabía lo tan estúpida que era para arrojar una mentira como esa, se burló de ella, pisándola como uno de los tantos trapos que quedaba por pisar. Ella, por su parte, disimuló su disgusto de la manera m

Fugaz.

Estabas ahí, sentado, pensando en miles de cosas, como siempre. Yo estaba frente a tí, pequeña, confusa, intentando escribir algo genuino y auténtico. Te miraba de reojo, estabas inquieto, incómodo... como quien espera algo. Yo, en cambio, estaba serena, con el teléfono en la mano y una historia en mente. A veces me mirabas, inquisidor, curioso, intentando descifrar lo que pasaba por mi mente; otras, solo me ignorabas y hacías como si yo no estuviese allí.  Una vez alcé la mirada, buscando algo que promoviera mi inspiración, y estabas mirándome a través de tus lentes. Me sentí pequeña, más que de costumbre, te sostuve la mirada por unos segundos, e inmediatamente la volví a bajar. De repente, te fuiste. Supongo que lo que esperabas había llegado. Te miré tomar tus cosas y caminar frente a mí. Sentí un vacío, como quien pierde la inspiración... y simplemente quedé sola, en esta esquina, escribiendo algo que, en el fondo, quizá sea para tí.

Para mi yo del pasado.

-Si tuvieras la oportunidad de decirle algo a tu yo pasado (de niño, preferiblemente), ¿qué sería? -No llores, sé fuerte, las cosas mejorarán. Atrévete, no seas tan cobarde. Atrévete a vivir más. Inténtalo, errar es de humanos. Llora, desahógate, golpea la almohada cuantas veces quieras. Valórate un poquito, vales mucho más de lo que imaginas. No te preocupes si las cosas andan mal, te aseguro que, cuando menos lo esperes, todo mejorará. No pierdas tu tiempo complaciendo a los demás, haz lo que quieres hacer no lo que te impongan. Escribe más, porque lo que escribes te hará grande. No seas dramática, el drama no te hará mejor persona. No dejes que rompan tus sueños, ellos son los que te dan vida. Dile que sí a las personas a las que siempre le dijiste que no. Cambiar es bueno, deberías hacerlo a menudo. Compra más vestidos, te quedan bien, ignora lo que dicen. Sal más a menudo, salir hace bien. Rompe alguna que otra regla, ríe más y llora menos. No te des golpes de pecho, piensa que

Imagina.

Imagina a una persona "relativamente feliz" que cumple su rutina día con día y con un punto de vista peculiar, algo maduro para su edad, pero cierto. Imagina que esa persona encuentra a alguien muy diferente a él pero con la que posee cierta atracción. Imagina a esa misma persona, luego de un tiempo, feliz, con la persona que encontró, y disfrutando el momento. Luego, quizás en un lapso un poco menor, llegan las diferencias, notan que poseen puntos de vista y objetivos distintos. Aparecen los conflictos, si cabría llamarles así, que poco a poco degradan lo que se tenía. Ya de aquel "amor" solo quedaba una pizca o quizá nada... Imagina que ella se aleja, simplemente le deja, y decide continuar su camino. Dice que sus diferencias pueden más, que nada es lo mismo, que no desea continuar... imagina que dice todo esto y se va. Imagina lo que pasa con él, aún con algo de ese amor en su interior. Imagina lo que siente o como se siente verla, por ahí, sin él a su la

Auto-regalo.

Me auto-regalé una vida llena de color. Tenía varios matices y muchas pinceladas. Un día llegaste, lleno de disolvente, y comenzaste a decolorarlo todo: comenzaste por el borde y, a medida que avanzaba el tiempo, decidiste decolorar el centro. Nunca noté lo que sucedía, quizás estaba muy ciega para notarlo. Me enceguecía tu luz, esa que tenía un matiz oscuro, me atraía y no supe cómo dejar de acercarme. Me convertí en una polilla, cuya fuente de luz estaba cerca, mis alas volaron hacia tí pero, en el momento que me acerqué lo suficiente, noté que esa luz no era normal, que había un peligro detrás de ella. Era demasiado tarde, no logré girarme y, cuando decidí arrepentirme y cambiar de rumbo, la luz se acercó a mí bruscamente pero... ya no era luz sino oscuridad.

Poco a poco.

Poco a poco dejó de importarme su ausencia, sus desplantes y sus faltas de atención. Poco a poco me dí cuenta que ellos no eran tan verdaderos y que les faltaba sentir más. Poco a poco dejó de importarme estar sola y dejé de necesitar sus abrazos. De a poco, y con prisa, dejé de sentirme mal y comencé a aceptar las cosas: empecé por aceptarme a mí y, de ahí, partí a lo demás. Me detuve en tonterías y me distraje muchas veces, aprendí que los sueños se cumplen, en algún momento, pero lo hacen. Me hice amiga del silencio, ese que me susurraba que alguien ya no estaba aquí, y deseé, con todas mis fuerzas, dejar de preocuparme por todo. No fue algo sencillo: tropecé muchas veces y estuve sola, conmigo; tuve noches en las que lloré y me deprimí sin motivo y, otras, en las que quise reír más. De a poco me alejé de aquello que me dañaba y, de la misma manera, me acercaba a lo que hacía bien... Lo siento pero, admito que se siente bien estar aquí, del otro lado, dónde no están ustedes y dónd

I think...

Pienso que estoy comenzando a madurar. Lo pienso porque, siento que las promesas que alguna vez me hicieron, carecen de valor. Porque ya no espero llamar la atención de nadie. Porque me acostumbré a la soledad y, en realidad, prefiero estar sola. Porque me dí cuenta de que los recuerdos solo serán eso: recuerdos, y que, por más que se quiera, no se puede vivir de ellos. Porque reafirmo que la música es mi escape de la realidad y, ahora que lo pienso, la fantasía nunca me pareció tan real. Porque sé que las pérdidas duelen pero, de una u otra forma, te preparan para lo peor. Porque me di cuenta que el tiempo es lo único que no se recupera y que, si haces algo, no debes arrepentirte. Y quizá, pienso que estoy madurando porque, nunca me había sentido tan bien con lo poco que he conseguido. Pero, en realidad, no sé si eso sea madurar. Porque, al final, esto es solo mi perspectiva.