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Tired.

A veces me cansaba:    de los desplantes y malos ratos,    de las despedidas y los fracasos,    de intentar algo que no deseaba hacer,    de usar los lentes para lograr ver,    de querer ayudarlos a todos,    de las palabras falsas y de las veces en las que no dije todo,    de los silencios,    de esos momentos en los que me cohibía de mirar al cielo,    de estar en un sitio donde era invisible,    de creer que todo era imposible... A veces me cansaba de todo. Y muchas veces más, me cansaba de mí.

Glasses.

La vida sin lentes era un tanto borrosa, pero me gustaba, me hacía recordar que había un tiempo en el que no dependía de un lente cóncavo para enfocarlo todo y me daba el gusto de hacer las cosas que hacía desde siempre. Me gustaba ver las estrellas en el cielo, así no pudiera distinguirlas bien; Me encantaban los días lluviosos, los atardeceres y amaneceres, aunque mi visión se volviera más borrosa en esas horas; Me gustaba leer, aunque a veces me perdiera en tantas letras; Y me gustaba jugar con el enfoque de mis ojos, para darme cuenta que el astigmatismo nublaba un poco más que la miopía. Pero siempre me tocaba regresar...      al transparente mundo detrás de un par de lentes cóncavos,           al verde de la luz que se reflejaba sobre ellos                y al reflejo de mi ojo cuando la luz tomaba cierto ángulo. Siempre me tocaba volver a ser dependiente, aunque admito que existían días en los que deseaba que no.

Protón.

Si él no hubiese llegado, yo seguiría con mis idas y venidas. Me hubiese distraído con cualquier mirada y con alguna sonrisa, hubiese permitido que alguien más me besara sin cariño y solo por deseo, seguiría jugando con los sentimientos de esa persona que solo deseaba jugar conmigo, hubiese soportado todas las tonterías de ese que no entendía que yo había dejado de quererlo y, sobre todas las cosas, seguiría en mi rincón personal aguardando, esperando que alguien apareciera, me inspirara y me hiciera escribir miles de cosas bonitas. Si él no hubiese llegado, las cosas seguirían siendo lo mismo y nada hubiese cambiado. Pero llegó. Con ganas de hacerme sonreír, de hacerme creer que podía lograr esa improbabilidad tan lejana. Llegó a darme esperanza y seguridad. A enseñarme que se puede querer de una manera muy bonita, sin prisas, con intensidad y confianza. Llegó. Cuando había perdido las esperanzas... Justo cuando ya no lo estaba esperando.

Timebomb.

Mira que yo era un desastre: algo lenta, inestable, emocional, impredecible, a veces amargada, impulsiva e insegura. Pero desde que él me quería, cada una de esas cosas se volvían pequeñas y diminutas... Hasta que estallaban de nuevo, como una bomba de tiempo. Recuerdo que una vez me dijeron "a ti hay que tenerte paciencia, porque unos días te amas mucho y otros te odias mucho". Y era verdad. No se equivocó al decirlo. Porque esa bomba de tiempo se activaba solo en aquellos días en los que me odiaba y me sentía insuficiente... En esos días en los que cualquier palabra podía volverme insegura y hacer que me deprimiera sin razón. Esos eran los días que odiaba: Los días en los que me ponía a llorar al escribir algo. Los días que tiemblo y me pongo fría porque aguanto las ganas de llorar. Los días en los que me odio, siempre, un poquito más.

Lluvia.

Comenzó a llover y pensé que sería excelente que volviera a llenarse la taza de café que acababa de tomarme y tuviese la temperatura ideal. Ni muy caliente, ni muy fría: tibia, como la calidez de un abrazo. Llovía y las goteras de la casa hacían que lloviera más adentro que afuera y que todo el piso se mojara de a poco, siempre en pequeñas zonas. Afuera, en el cielo, las nubes hicieron que todo se tornara oscuro y un poco más gris... era la iluminación perfecta para que mi miopía se sintiera ofendida e hiciera que se confundiera lo borroso con la oscuridad. Mientras llovía, sentí que sería bueno escribir un poco para llenar mis espacios con una de las cosas que jamás me cansaría de hacer. La temperatura comenzó a descender. El repiqueteo de las gotas de lluvia era lo único que se escuchaba. Pero a mí me gustaba estar acá: sintiendo la lluvia. Disfrutando cada momento en el que el cielo se tornaba gris. Así me muriera de frío y deseara uno de sus  abrazos, así todo se os

Galaxias.

Éramos dos galaxias muy cercanas, pero distantes. Nos movíamos uno al lado del otro: nuestros planetas rozaban, se alineaban y se unían, pero nosotros nos manteníamos al margen. Siempre atentos y mirándonos desde la distancia, como un par de espectadores. Hasta que un agujero negro acercó nuestros campos gravitatorios e hizo que nos miráramos con más frecuencia. Nos obligó a conocernos, a entendernos y a descubrirnos. Nos distraíamos con el montón de estrellas que nos rodeaban, esas que se reflejaban en ciertas zonas de nuestra piel. Aprendimos a hacer que nuestras estrellas brillaran juntas y entendimos que nuestra luz podía iluminar cualquier cielo. Éramos dos galaxias parecidas, pero diferentes en tamaño, con órbitas cercanas, muchas estrellas, y todo el cosmos a nuestro alrededor. Estábamos separados por algunos años luz, pero éramos dos galaxias destinadas a encontrarse.

Mí.

Era fan de los atardeceres, de los días de lluvia, de las nubes, de los arcoíris, de las estrellas, y de cada color que tomaba el cielo. Le encantaban las flores de cualquier tipo. Pero amaba las flores silvestres y comunes, esas que crecían libres en cualquier lado, y eran sencillas, coloridas y preciosas. Le gustaban los detalles y las cosas que muy pocos lograban notar: una sonrisa, una mirada, las pecas, los lunares, las pestañas, el color de los ojos y cada una de sus tonalidades. Adoraba los abrazos, resaltar las virtudes de los demás, cantar cuando nadie la estaba mirando, subir el ánimo de las personas, arreglarse para sí misma, escribir sobre todo y sobre nada, reír y hacer que los demás rieran, entrelazar sus dedos con los suyos , y adoraba estar a su lado. Simplemente, era feliz con tan poco, porque tenía todo para ser feliz.

Entorno.

Mira la Luna:      redonda, blanca, inalcanzable y siempre brillante. Luego mira al mar:      oscuro, inmenso, profundo e infinito. Ahora mira al cielo:      alto e impredecible, un lienzo que siempre permite que el mar lo imite. Entonces, únelos, ordénalos y sepáralos. Haz que cada uno ocupe el lugar que le corresponde. Y mira el resultado. Observa cómo todo se fusiona, cómo cada color resalta y combina, cómo la luz blanca de la Luna llena todo de brillo, cómo las estrellas adornan el lienzo oscuro... Mira cómo el cielo se va aclarando, cómo una luz clara se adueña de todo, cómo cada puntito de estrella va difuminándose y cómo la luz de Luna comienza a ser insignificante. Entonces, es hora de añadir el Sol,      gigante, brillante, caliente y dorado. Y, solo con él, todo cambia, despierta, mejora, y cobra un matiz distinto.

Alejo, en pasado.

Me alejé. De manera silenciosa, porque me negaba a hacer tanto ruido como los cobardes. Me alejé porque me cansé de inundarme en la miseria de sus historias, sus decisiones, sus días, sus pensamientos, y sus vidas. Me alejé porque estaba harta de esas horas enteras de auto-compasión,      y de esos días en los que mi felicidad ni mi alegría importaban,      porque la prioridad era escuchar sus problemas y depresiones. Me alejé porque mi lugar no era el subsuelo...    ese en el que vivía cuando solía deprimirme por todo. Me alejé por mí, porque deseaba quererme,                                         brillar,                                             encontrarme,                                                  y porque deseaba cambiar. Y me di cuenta que, para cambiar, no necesitaba a ese tipo de personas a mi lado.

Cielo.

Estaba enamorada del cielo...      ese gigante inmenso que estaba encima de todo. Lo miraba día a día, en cada una de sus facetas y cada uno de sus colores; y trataba de escribirle miles de líneas cada vez que me perdía en cada detalle suyo. Hasta que un día todo cambió      y un cielo un poco más cercano captó mi atención. Él tenía todo lo que amaba: Tenía estrellas en su espalda, igual que una noche estrellada. Sonreía y su felicidad tenía tantos colores como los de un atardecer. Podía volverse serio y oscuro, como una noche sin luna. También podía ser tan tranquilo y calmado como el amanecer. O transmitir tanta confianza como el cielo completamente azul. Simplemente, él era mi cielo. Un cielo que siempre estaba a mi lado y al que podía ver mucho más de cerca. Era el cielo, y el cielo fue hecho para ser admirado.

...

No te enamores de esa faceta risueña, sonriente y alegre; o de esa que se arregla, se peina o se aplica un poco de maquillaje. Más bien, enamórate de esa persona que no ama peinarse y que solo lo hace cuando está de ánimos; esa que tiene cambios de humor, y que trata seco y frío. Enamórate de esa persona que casi no dice "te quiero", que nunca sale y que vive en su propio mundo. Enamórate de esa galaxia que se crea en su piel o del café que desprende su mirada. Enamórate de sus palabras, aquellas que, algunas veces, crean emociones. Enamórate de ella: pequeña, inquieta, emocional e impulsiva. Enamórate de todo. Enamórate de mí.

2.

Tenía miedo de enamorarse.      Porque la vida le jugó sucio más de una vez,      porque se cansó de vivir miles de historias fallidas,      porque deseaba crear sus propias experiencias,      porque necesitaba tiempo para sí misma,      porque no deseaba aferrarse a nadie,      porque sabía que las personas son efímeras,      porque pensaba que había algo mal en ella,      porque la habían lastimado demasiado,      porque su corazón estaba evidentemente roto,      porque la soledad nunca la dejaba sola. Tenía miedo de enamorarse, pero aún así lo intentó.

I9-2.

Le quise de a poco. Aprovechando cada día como una sucesión de buenos momentos. Conocí sus manías, sus gestos, su manera de cambiar el tono de voz dependiendo de la situación y su dedicación contagiosa. Aprendí a quererle sin darme cuenta y poco a poco me fui acostumbrando a él. Me hacía sentir tan bonito. Todo era tan natural, fluido y tan poco forzado, que se sentía cómodo y seguro. Los días se nos pasaban en un suspiro y se nos hacían pocas las horas que pasábamos juntos... Y así fue como comenzó todo. Así, de la nada, nos dimos la oportunidad de querernos y de andar juntos por el mismo camino. A veces a paso seguro y en otras con tropiezos, pero siempre manteniendo el rumbo y disfrutando del paisaje.