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Mostrando las entradas de septiembre, 2017

Gris.

Él era el mejor. Tenía los ojos más bonitos de todos. Llevaba el océano en su mirada tanto como lo llevaba en el alma. Su sonrisa iluminaba el día. Siempre fue amable, amoroso y feliz. Tenía un carácter fuerte. Su cabello era liso y siempre crecía en punta. Era tolerante, tanto como para soportarme. Me miraba con amor mientras me sonreía. Fue una persona única en los pocos años que estuvimos juntos. Me amó, mucho y plenamente. Siempre estuvo ahí para sostener mi mano. Nunca dudó, ni lo vi titubear. Me olvidó de a poco, como quién cuenta estrellas. Fue sincero hasta el final. Dejó de mirarme con amor, pero sus ojos nunca dejaron de tener brillo... Pero se fue, de pronto, en busca de una pesca diferente. Lo vi irse, callado, sin sufrir. Le dejé romperme el corazón en pedazos, pero siempre lo amaré... tanto como amaba su piel blanca, un poco tostada por el sol, y repleta de lunares.

Sol a medianoche.

Me rompí de a poco, pero con prisas. Me volví polvo. Pasé por la etapa de negación una y mil veces. Le lloré y le extrañe como a nadie. Quise que volviera y sentí la necesidad intensa de abrazarla una vez más. Es difícil y aún intento unir cada uno de mis pedazos. Extraño todo de ella: su voz, sus pestañotas, sus ojos cafés, su cariño, su piel blanca, sus abrazos... La extraño. Sí, lo admito, la extraño de una manera increíble. La quise y ¿cómo no hacerlo? Si ella era el sol a medianoche más bonito de todos. Tuvimos historia,                  momentos,                  recuerdos. Tuvimos una amistad casi eterna; de esas que duran años y que ni la distancia logra destruir. Creamos una vida juntas basada en la típica mala costumbre de siempre estar la una para la otra. Planeamos sueños,                        metas...                        un futuro juntas. Pero se fue, de pronto, como una estrella fugaz. Solo quedé con las ganas de verla y con la certeza de qu