Sol a medianoche.

Me rompí de a poco, pero con prisas.
Me volví polvo.
Pasé por la etapa de negación una y mil veces.
Le lloré y le extrañe como a nadie.
Quise que volviera y sentí la necesidad intensa de abrazarla una vez más.

Es difícil y aún intento unir cada uno de mis pedazos.

Extraño todo de ella: su voz, sus pestañotas, sus ojos cafés, su cariño, su piel blanca, sus abrazos...
La extraño. Sí, lo admito, la extraño de una manera increíble.
La quise y ¿cómo no hacerlo? Si ella era el sol a medianoche más bonito de todos.

Tuvimos historia,
                 momentos,
                 recuerdos.

Tuvimos una amistad casi eterna; de esas que duran años y que ni la distancia logra destruir.

Creamos una vida juntas basada en la típica mala costumbre de siempre estar la una para la otra.

Planeamos sueños, 
                     metas... 
                     un futuro juntas.

Pero se fue, de pronto, como una estrella fugaz.
Solo quedé con las ganas de verla y con la certeza de que su vida no debía terminar tan rápido.

Aunque, al final, solo tengo la certeza de que cada cosa que escriba, en el fondo, siempre será para ella

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