Blurry.

Dejé enfriar el café sobre la mesa y cerré la puerta.
Las luces estaban apagadas, al igual que cada noche, así que caminé a tientas hasta la sala.
Afuera se mezclaba el silencio de otra noche de julio con la luz de la Luna llena.
Miré al reloj digital y rezaba las 11:30 pm de este jueves un tanto eterno.
Tomé un gran sorbo de café y dejé que, por un momento, el sabor amargo me inundara la boca.
La cortina estaba cerrada, así que apuré mi café y fui a descorrerla.
Permanecí ahí, de pie, perdiéndome en la escena que tenía frente a mí:
     todo se entremezlaba y resaltaba,
     las luces se iban apagando una a una, hasta que solo quedó la Luna, el oscuro cielo y las estrellas.
Un cometa cruzó el cielo, dejando un destello de luz momentánea.
Abrí el ventanal y salí al jardín. Me recosté en la grama y me quité los lentes.
Todo se volvió borroso y desenfocado, pero justo eso era lo que buscaba.

Me perdí, busqué, intenté, pero cada estrella se volvió un borrón.

Cerré los ojos y recreé todo lo que había visto con mis lentes.

Alcancé cada estrella.
Uní cada punto.
Tracé cada constelación.
Formé un camino hasta la Luna y lo andé con paso firme y seguro hasta que la oscuridad se apoderó de mí.

Entonces caí,
precipité,
y desperté de nuevo sobre la grama con el cabello lleno de rocío y la piel caliente por los rayos del Sol.

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