a, b, c.
Solía llorar. A veces y en silencio. Cuando la luz se apagaba y los ojos se acostumbraban a la oscuridad, cuando me encontraba sola y un recuerdo recurrente me invadía o cuando nadie podía mirarme. Era un proceso doloroso, porque todo regresaba a mí de golpe: las tristezas, ausencias y las cosas que nunca pudieron ser. Me desgarraba, me rompía, me volvía polvo, me secaba las lágrimas, permanecía en silencio y dejaba que mis piezas volvieran a unirse de a poco. Todo junto, siempre en el mismo orden. Era un trabajo difícil que no me gustaba llevar a cabo, pero era la segunda forma de desahogo que utilizaba y la primera que conocía. A veces lo lamento. Lamento haberme fragmentado tantas veces, porque hubieron piezas que se perdieron y jamás volvieron a unirse. Lamento haber demostrado que podían hacerme daño, porque siempre consiguieron las palabras precisas para hacerlo. Lamento hab...