Punto final.

Me mentiste.
Descaradamente y desde el inicio.
Dijiste que siempre estarías para mí, que jamás me harías daño y que no dejarías de apoyarme en ningún momento.

Quería creerte, así que... te creí.
Y caí hacia cada una de tus mentiras, igual que una polilla cuando es atraída hacia la luz.

Me engañé.
Te quise.
Te necesité.
Te escribí.
Me humillé.

Y te odié.

Te odié con tanta fuerza que lastimaba y dolía.
Dolía tanto que me mantenía allí, en el fondo, y jamás me dejaba salir.

Pero quise cambiar y realizar mi última maniobra.

Entonces, leí las palabras que jamás te habías atrevido a decirme, porque te convenía mantenerme a tu lado.
Dijiste las palabras exactas que deseaba leer, aquellas que confirmaban lo que ya llevaba tiempo sintiendo.

Así que, luego del dolor inicial, lo único que sentí fue alivio, en serio, te juro que jamás me había sentido tan triste, libre y feliz al mismo tiempo.

Y así, de la nada, dejaste de doler.

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-1

Querido mejor amigo.