Día a día.

Te juro que no me quiero deprimir, pero trato, trato y trato, y me resulta completamente imposible.

La música suena fuera.
Es una canción movida.
Al parecer esa persona se encuentra de buen humor.

Cierro la puerta y las ventanas para evitar que el ruido me inunde.

Enciendo mi ordenador y selecciono una canción triste, de esas que calan un poco y hacen que cada palabra duela.
Comienzo a cantarla.
A prestar atención a cada palabra e identificarme en cada frase de la misma.

En esto ha llegado a transformarse mi día a día: en una sucesión de canciones tristes con atisbos de canciones movidas y un poco alegres.

Busco incansablemente la explicación para este ánimo tan peculiar y sé que se trata de un motivo en específico, así que supongo que, las palabras que no se dicen, se expresan o se escriben, afectan un poco en el ánimo.

Entonces comienzo a escribir.
Uno palabras.
Creo frases.
Entreleo cada línea escrita.
Borro palabras.
Leo y releo.
Añado emociones, metáforas y unas cuantas comparaciones.

Termino de escribir y no dejo de leer lo que hice.
Siento que esas palabras no son mías, que no fueron mis manos las que comenzaron a darle forma a cada letra, a cada frase.
Leo y leo, hasta que descubro que mis palabras son las únicas que jamás mienten.

Ellas siempre dicen lo que realmente quiero decir.
Así no lo admita en voz alta.

Así lo niegue en mi mente unas mil veces más.

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Querido mejor amigo.