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Mostrando las entradas de septiembre, 2018

a, b, c.

Solía llorar. A veces y en silencio.    Cuando la luz se apagaba y los ojos se acostumbraban a la oscuridad,     cuando me encontraba sola y un recuerdo recurrente me invadía      o cuando nadie podía mirarme. Era un proceso doloroso, porque todo regresaba a mí de golpe:    las tristezas, ausencias y las cosas que nunca pudieron ser. Me desgarraba, me rompía, me volvía polvo, me secaba las lágrimas, permanecía en silencio y dejaba que mis piezas volvieran a unirse de a poco. Todo junto, siempre en el mismo orden. Era un trabajo difícil que no me gustaba llevar a cabo, pero era la segunda forma de desahogo que utilizaba y la primera que conocía. A veces lo lamento. Lamento haberme fragmentado tantas veces, porque hubieron piezas que se perdieron y jamás volvieron a unirse. Lamento haber demostrado que podían hacerme daño, porque siempre consiguieron las palabras precisas para hacerlo. Lamento haberme vuelto tan cerrada, pero era mi único m