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Mostrando las entradas de junio, 2016

Curioso.

Es curioso tener el corazón roto. No esperas que nadie te diga lo que necesitas escuchar, o quizá, leer; no deseas ser cortés con todo el mundo, no quieres decirle a todos lo que quieren oír sino lo que realmente piensas.... Es algo curioso, ¿sabes? Porque llegas a un punto en el que no te importa lo que los demás sienten. Tú te sientes mal, lo sabes y lo saben, pero quieres que ellos estén bien y, dependiendo de tu estado de ánimo, los alientas pero no te quedas para verlos sonreír: eso te mataría o rompería más tu corazón. Te vuelves seca, fría, nada logra llenarte y, por esta vez, no te importa que eso suceda. Sonríes, pero la sonrisa no llega a tus ojos. Sientes que nada vale lo suficiente, que el dolor no dejará de hacerse más y más grande... y, al leer las palabras conocidas de ese alguien conocido, te das cuenta que es algo curioso tener el corazón roto.

El cielo de esa noche.

Era un cielo oscuro, de un color añil. Era azul, pero era negro... era como una contradicción inmensa. Se veían las nubes un poco celestes, no eran blancas como en el día, sino que eran de un azul más claro. Sobre mí estaba la luna: estaba incompleta. No sé si estaba en un cuarto menguante o creciente; si estaba creciendo o se estaba poniendo más pequeña... quizá pronto vea una luna llena o, quizá, una media luna. También estaban las estrellas: eras muchas. Tantas como las que había cada noche. Cada una brillaba y me invitaba a contarla. Se parecían a miles de mini-faroles, cada uno encendiéndose de pronto. Mientras lo miraba, no pasó ningún avión. Me extrañó, porque ellos acostumbran hacerlo. Así que contemplé ese cielo desnudo, solo, tranquilo. Ese cielo que era cielo, que era mi cielo. Ese que es inmenso, interminable, inalcanzable. Ese donde encuentro inspiración... Ese que no se cansa de descubrirme cada noche sonriéndole a la luna.

Cuestiones del destino (aporte).

-El castillo de arena hacía mucho que no volvía a construirse- Dijo el joven, sonriente, a pesar de la obscura noche que lo rodeaba en el filo de la eternidad. Ella reflejaba su impresión con reconfortantes palabras y gestos mientras que el pájaro volaba hacia lo más lejos del horizonte en su perenne intento de alcanzar la luz de la blanquecina luna de las frías noches. Un escenario imaginario comenzaba a concebirse en las mentes de los dos cansados aventureros a medida que su conversación fluía con la ligereza de un romance procedente de los años del nuevo mundo. La pareja, que por primera vez en sus vidas intercambiaban relatos e historias sobre sus vidas pasadas, en compañía de perspectivas del mundo, las cuales, compartían en común. A pesar del inesperado encuentro, no era la primera vez que sus miradas se entrelazaran en búsqueda de aquel vacío por llenar. La casualidad los había unido en más de una ocasión, y ambos, habían disfrutado aquellos instantes con la ilusoria esperan

De ella.

Ella dijo: "pueden bailar, poner música, cantar... porque ya él no está, él está descansando en paz." y me sentí vacía. Sentí un fuerte dolor en el pecho y un vacío en el alma. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no permití que ella me viera llorar. Luego ella, entre lágrimas, no dejaba de decir: "a mi me pega más". Y, definitivamente, mientras la escuchaba, no dejaba de creer que eso era cierto. Para mí no había duda de que a ella le pegaba más que mi abuelo hubiese muerto. Ella que pasaba días enteros con él, le daba de comer, lo vestía, lo cuidaba, lo amaba. Ella que prometió amarlo hasta que la muerte los separara y que no ha dejado de hacerlo a pesar de que... la muerte los separó.

Una historia (aporte).

Bueno, por donde empiezo... Una amiga mía era "cuadre" de un chico. Ese chico, me presentó a su mejor amigo en vacaciones. Me escribía y luego, cuando entramos a clase, nos veíamos en el liceo, teníamos amigos en común y así... Pasó el tiempo y me empezó a gustar. Yo gustaba de él y él de mí, claro, según él. Éramos "cuadres" por decir de alguna manera. Como vive por mi casa, nos vimos el 31 de diciembre: estuvimos juntos un rato a media noche, lo cual me trajo problemas con mi madre. Ella me decía que me podía aceptar un novio, pero no a él, que ella no quería ese "carajito" para mí. Eso fue el boom de la familia. ¿Cómo la niña y la princesa de mami y papi podia estar "enamorada" de ese chico? Pasaron los días, las horas, los meses... llegó febrero y seguíamos siendo "cuadres". Me cansé. Me cansé de tanto esperar, me dí cuenta que el no era para mí, ni yo era para él: éramos de dos mundos totalmemte distintos. Él era más,

Tocar fondo.

Mi abuelo enfermó y eso, sin yo saberlo, me hizo caer de a poco en un pozo que parecía no tener fondo. Días después, mi abuelo murió y, justo en ese instante, me di cuenta de lo que significaba tocar fondo. Porque, en ese momento específico, toqué el final de ese pozo. Era como si una situación provocara la otra. Algo así como una especie de reacción acoplada. Pasaron los días, el funeral, el entierro, los rezos de cada noche sin falta. Entré en depresión. Solo Dios sabe cuánto lloré y cuántas veces necesité que Andrés siguiera vivo. Me desesperé, lloré días enteros, pasé días sin ver televisión, pasé horas mirando sus fotos, me sentí vacía, rota, deshecha. Por mi mente dolida y subjetiva pasó una frase: “Nunca sabes cuán hundido estás hasta que, de una u otra forma, sientes que tocas fondo.” Y siento que, por esta vez, tengo razón.