Entradas

Mostrando las entradas de 2018

Punto final.

Me mentiste. Descaradamente y desde el inicio. Dijiste que siempre estarías para mí, que jamás me harías daño y que no dejarías de apoyarme en ningún momento. Quería creerte, así que... te creí. Y caí hacia cada una de tus mentiras, igual que una polilla cuando es atraída hacia la luz. Me engañé. Te quise. Te necesité. Te escribí. Me humillé. Y te odié. Te odié con tanta fuerza que lastimaba y dolía. Dolía tanto que me mantenía allí, en el fondo, y jamás me dejaba salir. Pero quise cambiar y realizar mi última maniobra. Entonces, leí las palabras que jamás te habías atrevido a decirme, porque te convenía mantenerme a tu lado. Dijiste las palabras exactas que deseaba leer, aquellas que confirmaban lo que ya llevaba tiempo sintiendo. Así que, luego del dolor inicial, lo único que sentí fue alivio, en serio, te juro que jamás me había sentido tan triste, libre y feliz al mismo tiempo. Y así, de la nada, dejaste de doler.

Luz.

Hoy decidí olvidarte, sí, como algo voluntario. Decidí alejarme de todos, de ti y de mí, porque hasta yo me hice muchísimo daño. Decidí atreverme, dar el primer paso y ser yo misma, porque me había cansado de representar el papel de alguien más. Decidí amarme y aceptarme, porque debí hacerlo desde siempre. Intenté alejarme de las inseguridades, aquellas que no me permitían hacer tantas cosas. Intenté sonreír, ser más alegre y simpática, y deshacer las cadenas que me oprimían, aquellas que yo misma coloqué sobre mis tobillos, solo para poder reconstruirme desde cero. Pero no lo logré. Así que, me rompí, fragmenté y volví polvo. Toqué fondo y llegué a aquel lugar donde el aire ahoga, oprime y no llena los pulmones. Allí, aprendí a vivir durante un buen tiempo y me volví ciega, tanto que no lograba ver las cosas con facilidad. Después de un tiempo encontré luz y la seguí hasta la cima. Afuera, había tanta luz que enceguecía. Todo brillaba y se unificaba para dar vida a mil

Monotonía.

No sabes lo sola que me sentía. Llegaba, repetía un monótono "hola, ¿qué tal todo?" y recibía el mismo "todo bien" recitado una y otra y otra vez...      y esas eran las únicas palabras que pronunciaba en toda la noche. Luego entraba al cuarto que me asignaron, me cambiaba de ropa y me recostaba buscando consuelo en alguna red social. Me desvelaba, reía, y lloraba al frente de una pantalla. Hasta que me quedaba dormida. Al día siguiente despertaba, me bañaba y alistaba, me hacía algo para desayunar, y salía caminando hasta el terminal de buses. Aguantaba un viaje que tardaba un poco más de media hora solo para estar unas horas con mi familia y poder ver el mar. Era difícil. Cada vez que llegaba, deseaba quedarme allá, porque por lo menos tendría a alguien que me escuchara, pero no, debía alistarme de nuevo y hacer el mismo viaje de regreso para poder ir a trabajar. Así transcurrían mis días.   Hasta que llegaba y me encontraba de nuevo con el sile

Frío.

Afuera llovía. Tomé mi abrigo y el paraguas. Salí y la brisa gélida me recibió de golpe, por lo que decidí caminar para quitarme, o provocarme, un poco de frío, cuando te vi: de pie, bajo el portal de una tienda. Eras tú, podría reconocerte a metros de distancia sin necesidad de recurrir a mis lentes. Te veías feliz, diferente y seguro. Esperabas a alguien. Se notaba por tu impaciencia. Yo permanecí de pie, bajo la lluvia, hasta que levantaste la mirada y noté que una chispa brotó de tus ojos. ¡Vaya! Me reconociste. Me miraste fijamente, estudiándome, explicándote cómo era posible que yo permaneciera debajo de aquella lluvia fría... y, créeme que, yo tampoco lo sabía. Te miré titubear al salir del umbral. Deseabas acercarte, lo percibí en tu mirada. Pero... la brisa se detuvo de golpe y ella apareció. Te vi voltear la mirada y abrazarla. Entonces, sonreíste, como quién se disculpa;                      sonreí, como quién entiende que está

a, b, c.

Solía llorar. A veces y en silencio.    Cuando la luz se apagaba y los ojos se acostumbraban a la oscuridad,     cuando me encontraba sola y un recuerdo recurrente me invadía      o cuando nadie podía mirarme. Era un proceso doloroso, porque todo regresaba a mí de golpe:    las tristezas, ausencias y las cosas que nunca pudieron ser. Me desgarraba, me rompía, me volvía polvo, me secaba las lágrimas, permanecía en silencio y dejaba que mis piezas volvieran a unirse de a poco. Todo junto, siempre en el mismo orden. Era un trabajo difícil que no me gustaba llevar a cabo, pero era la segunda forma de desahogo que utilizaba y la primera que conocía. A veces lo lamento. Lamento haberme fragmentado tantas veces, porque hubieron piezas que se perdieron y jamás volvieron a unirse. Lamento haber demostrado que podían hacerme daño, porque siempre consiguieron las palabras precisas para hacerlo. Lamento haberme vuelto tan cerrada, pero era mi único m

Ajedrez.

Ellas eran un dúo bastante interesante. Solas eran dinamita, pero juntas formaban una explosión nuclear. Tenían sinergia, de eso no había duda, pero la utilizaban para ser las mejores en destruirlo todo. Debías verlas. Eran sigilosas, tranquilas y selectivamente amigables. A veces hipócritas, a veces sinceras. Debías tratarlas con cuidado. Te hacían pedazos solo con una palabra o frase, y disfrutaban la desgracia ajena. Yo era su blanco favorito. Me derrumbaban, me hacían añicos, y siempre era el blanco perfecto para sus mejores disparos y estrategias. Ellas lo sabían. Sabían que tenían el poder de volverme polvo y lo aprovechaban. Hacían cada movimiento con premeditación para que cada ficha que movieran me pusiera en jaque. Derrumbaban mis torres,    mataban a mis peones,       lesionaban a mis caballos,          encerraban a mis alfiles              y raptaban a mi reina. Entonces dejaban a un rey solo en un tablero inmenso. Solitario,   indefenso,    

Blurry.

Dejé enfriar el café sobre la mesa y cerré la puerta. Las luces estaban apagadas, al igual que cada noche, así que caminé a tientas hasta la sala. Afuera se mezclaba el silencio de otra noche de julio con la luz de la Luna llena. Miré al reloj digital y rezaba las 11:30 pm de este jueves un tanto eterno. Tomé un gran sorbo de café y dejé que, por un momento, el sabor amargo me inundara la boca. La cortina estaba cerrada, así que apuré mi café y fui a descorrerla. Permanecí ahí, de pie, perdiéndome en la escena que tenía frente a mí:      todo se entremezlaba y resaltaba,      las luces se iban apagando una a una, hasta que solo quedó la Luna, el oscuro cielo y las estrellas. Un cometa cruzó el cielo, dejando un destello de luz momentánea. Abrí el ventanal y salí al jardín. Me recosté en la grama y me quité los lentes. Todo se volvió borroso y desenfocado, pero justo eso era lo que buscaba. Me perdí, busqué, intenté, pero cada estrella se volvió un borrón. Cerré los ojos

Prime.

Deseaba que escribieras y contaras estrellas, que crearas fantasías y fantasearas con la realidad. Deseaba que sonrieras con ganas y que tus ojos jamás perdieran el brillo. Deseaba que amaras mucho y con intensidad, sin miedo ni restricciones. Deseaba que vivieras mucho y plenamente, que disfrutaras y jamás te arrepintieras. Deseaba que jamás dejaras de ser tú, sin importar nada. Deseaba que fueras la mejor versión de ti, esa que siempre mostrabas, muchos deseaban ver y pocos veían. Deseaba tantas cosas para ti, que disfruté muchísimo el verlas materializadas y verte alcanzar cada uno de tus logros. Disfrute verte sonreír con tanta luz que jamás quise que te extinguieras...      así que, cuando tu luz se apagó, tu sonrisa se deshizo y tu valentía menguó, supe que era el momento de intervenir y dejar de mirarte desde lejos. Entonces, me atreví y te ayudé a levantarte, paso a paso, poco a poco, hasta que tus ojos volvían a adquirir un ligero brillo y tu sonrisa comenzab

¿La muerte nos quita?

La muerte es algo extraño. Sabes que va a suceder y que, en algún momento, ya no estaremos o no estarán de una manera física, es decir, no podremos verlos, tocarlos o sentirlos. Nuestras vidas involucran tiempos pasados, presentes y futuros. En los dos primeros, nuestra vida se convierte en recuerdos y sentimientos, mientras que el último se basa en expectativas, deseos y anhelos, que no siempre se vuelven realidad... El futuro, ese intrigante mañana en el que no sabemos qué pasará, pero sí que queremos que pase, puede ser cualquier cosa, tanto vida como muerte. Día a día, nos preocupa que la muerte nos arrebate personas y momentos, pero más pronto que tarde, nos los quitan la distancia, el orgullo y el destino. Así que, simplemente, debemos aprovechar la vida y no esperar a la muerte.

Oscuridad.

A veces me desaparezco por un tiempo, me guardo en mí misma, creo miles de historias ficticias que me gustaría convertir en realidad, escribo, sueño, vuelvo a escribir y lo observo todo desde mi lente cóncavo. Siempre ahí:      cerca, pero a la vez tan lejos. A veces vuelvo a ser yo y decido salir, mirarlos a todos desde el mismo lente cóncavo... pero esta vez todos lo saben y no puedo usarlo como una metáfora, así que me integro, río con ellos, disfruto, les ayudo y trato de ser una persona bastante social. Funciona por un tiempo, pero luego regreso al principio. Regreso a la oscuridad que   me absorbe de a poco,      me esconde,         y me vuelve a liberar.

Te vi.

Te vi sonreír. Con ánimo o sin él, con alegría o tristeza, con amor, odio o decepción, o con aquel aporte de felicidad que hace el alcohol en el organismo. Te vi caer. Una y otra vez. Aunque, admito que, en cada una de ellas, lograba sorprenderme que siempre te levantabas, pero llevabas todo lo que te hundió contigo. Te vi insistir y desistir. Con ahínco, emoción, desgano o tristeza. Siempre ahí, hacia adelante, hacia ese punto que solo tú conocías. Te vi soñar. Con color o sin él, a gran o pequeña escala, pero siempre con un sueño en mente y una meta que alcanzar. Te vi crecer. Desde lejos, pero siempre cerca. Te vi ponerte más fuerte y bonita, escribir miles de cosas tristes y alegres, cambiar la historia y escribir cosas distintas. Te vi irte. Sin compañía, dejando los problemas atrás y avanzando en busca de algún sueño o propósito. Te vi encontrarte. En el mismo lugar de siempre: junto a tus sueños, escritos, poesías y sonrisas. Justo ahí, donde todos te buscaba

Sin palabras.

Veo letras que van y vienen, se forman, se retuercen y forman mil y un palabras. Veo personas pasar como un borrón, como si los viera sin utilizar mis lentes. Me veo desde un punto vacío y hueco, me veo oscilar, moverme y volver a mi sitio original. Veo como todos bailan al son de la canción más movida que tiene la vida, los veo girar y girar sin fin. Veo sonrisas, miradas, fragmentos de personas que estuvieron, pero que ya no están. Me veo saltar de un sitio a otro como un péndulo de causa y efecto. Veo como todo se deshace, se fragmenta y se convierte en nada. Veo como la vida se ralentiza, se apaga, se acaba y se olvida. Me veo sola frente a una hoja en blanco y con un lápiz en la mano,      con cientos de ideas que nunca se concretan y miles de palabras que no forman ni una frase coherente. Me veo cada día más pequeña y amargada, ensimismada y encerrada en mí misma...                Pensando una y otra vez que, seguramente, he vuelto a quedar sin inspiración.

32.

Vivimos treinta y dos días intensos, llenos de color, lluvia y secretos; de charlas al oído y de risas al unísono; llenos de noches sin dormir porque deseábamos mirar cómo el amanecer desaparecía las estrellas; llenos de compañía y confianza, de fantasía, palabras, música y sorpresas; llenos de ti y de tu sonrisa contagiosa, llenos de mí y de mi gran capacidad de hacerte reír... llenos de nosotros en cualquier faceta imaginable. Vivimos treinta y dos días inolvidables, de esos que llenan, abarcan y se mantienen, de los que hacen la vida un poco plena y los días posteriores más llevaderos. Mi sucesión de días a tu lado fueron los mejores, ya que tu compañía llenaba todo, lo unificaba y lo hacía mejor: más colorido, más alegre y más feliz... pero no todo dura para siempre. Hoy te irás y me iré, en direcciones contrarias y con propósitos distintos. Solo me queda decirte gracias, por ser lo mejor que tuve dentro de mis días contados. Mi mayor felicidad. Mi más grande refugio.

16.

Él me vio crecer de una manera rápida y observó con paciencia cómo aprendía a reír, a caminar, a hablar y a querer. Calmó mis rabietas, intentaba controlar mi ira y secó algunas de mis lágrimas. Me vio llorar y estuvo ahí cuando mi corazón se rompió por primera vez. De hecho, estuvimos juntos casi 19 años, pero él solo estuvo conmigo durante 9, porque, el resto, lo pasé yo a su lado. Aún así, recuerdo todo, porque lo vi.      Vi cómo se olvidaba de mí, de mi nombre, de todas las veces que me sostuvo en sus brazos y me llevaba de la mano.      Vi cómo se perdía en sí mismo, cómo se extraviaba y se alejaba para jamás regresar.      Vi cómo dejó de hablar, de mirarme y de darme su mano.      Vi cómo intentaba recordarme, cómo apretaba mi mano cada vez que se la tomaba y cómo bajaba la cabeza para ver de nuevo su piel llena de lunares. Lo vi volverse la sombra de sí mismo.      Vi cuando dejó de caminar y de hacer las cosas solo.      Vi cómo se descompensaba, cómo se volvía

Era.

Vivía de amores y desamores. En busca de alguna emoción. A veces anhelaba que la vida se detuviera. Otras deseaba que nunca se acabara. Nunca quieta. Siempre en constante movimiento. Era una hoja que se mecía con el viento. Era la arena que siempre regresaba a la playa. Era el agua que descendía y regresaba. Era la Luna que brillaba por el Sol. Era el universo que giraba y giraba sin fin. Era las estrellas que iluminaban el cielo. Era el viento que despeinaba su cabello. Era el árbol que parecía no tener fin. Era el cielo infinito y eterno. Era el fuego. Brillante y febril. Era todo en uno y uno en nada. Era el brillo que desprendía su mirada. Era cada constelación que adornaba su piel. Era la flor delicada que abandonaba la rama. Era cada ave que simplemente volaba. Era ella. Todo. Mucho. Poco. Y nada. Era ella. La que siempre se contradecía y nunca se callaba.

Uno y dos: 29.

El 29 de abril siempre me causa un poquito de nostalgia... supongo que es porque. cada año, me devuelve al sábado 29 de abril de 2006, más o menos, como a las 10 de la noche. Recuerdo ese día con una memoria increíble a pesar de que tenía 8 (casi 9) años: recuerdo que dormía en una cama que no era la mía y en una casa que no me pertenecía. Mis papás no estaban en casa porque habían salido a verlo a él y nosotros (mis hermanos y yo) nos quedamos en casa de una tía. Recuerdo que todo pasó muy rápido:      Recuerdo que nos despertaron entre sollozos.      Recuerdo los gritos de mi tía.      Recuerdo la desesperación que se sentía en el aire.      Recuerdo las lágrimas que no dejaban de salir de mis ojos.      Recuerdo que me dolía en un lugar que no sabía que existía.      Recuerdo que me sentí vacía porque sabía que lo había perdido... Recuerdo todo y, definitivamente, lo recuerdo a él: alto, cabello oscuro, piel medio blanca y tostada por el sol, a veces bromista, a veces

Doble A.

Te escribo porque:      necesito de ti, de tus ojos tranquilos y de tu mano firme;      siento que me alejo y que naufrago si no te tengo a mi lado;      existen noches en las que no puedo dormir porque no dejo de pensar;      te encuentro cada vez que veo el mar;      siempre estás presente en cada paso que doy;      jamás dejaré de amarte con cada parte de mí;      siempre serás mi Luna y siempre seré tu estrella;      nunca dejarás de ser el amor de mi vida;      eres mi calma en cualquier tempestad;      sin ti las noches son frías y oscuras;      me vuelvo frágil sin ti a mi lado;      necesito que sujetes mi mano y nunca me sueltes;      extraño el brillo de tus ojos y tu piel con lunares;      desde tu partida, vivo en un letargo constante;      eres mi causa y efecto, mi principio y fin;      quiero que regreses, te quedes, y jamás te marches;      te extraño, te necesito, y porque, definitivamente, quiero amarte de nuevo.

Él (aporte).

Hablemos sobre él. Él conoce cuantas noches de largo insomnio he pasado pensando en sus palabras. Él, que me amó como nunca había amado a nadie. Él, que siempre quiso lo mejor para mí; aunque eso no lo incluyera. Él, que me besa las heridas y las convierte en caricias. Él, que sabe cuanto le he amado y he llorado la ausencia de sus besos. Él, que con simples palabras puede volcar mi mundo y convertirlo en su juguete, o en un arma de letal destrucción. Él, que siempre ríe; y con su sonrisa ilumina mi infierno. Él siempre sabe que decir ante cualquier inconveniente, y convertir la peor tragedia en una historia que puede ocasionarte las más sonoras carcajadas. Él, que se marchó pero sigue allí, que dejó parte de sí mismo dentro de mí. Él, que sabe que le amo más que a mi misma. Hablamos de ti, pero prefiero llamarte "Él".

Sol.

Te encontré, en un sueño y una canción, Te encontré justo cuando dejé de buscarte y no quería pensar tanto en ti. Te encontré y no dejo de pensar porqué lo hice, porqué ese sueño te puso ahí o porqué mi subconsciente te atrajo un poco. No quise. Te juro que no quise encontrarle sentido a esa canción y que no quise llorar porque cada frase me recordaba a ti. Te lo juro, mi sol. Te juro que quiero dejarte ir, pero no puedo. Lo intento, créeme que lo intento, pero cada cosa me hace volver a ti. Porque siempre estás presente en cada cosa que hago, en cada verso, cada letra, cada paso que doy, cada pensamiento y en cada recuerdo y siempre pienso en ti... Incluso, pienso que, seguramente, no te gustaría verme llorando mientras te escribo esto. Es difícil. Créeme que se me hace tan difícil avanzar sin tu brillo, tu luz ni tu carisma. Pero lo haré. Lo juro por ti, por mí y por tu sonrisa que iluminaba mi vida. Te lo prometo, mi sol,      y sabes

Ojalá.

Ojalá que nunca despiertes con el corazón aún más roto que la noche anterior. Ojalá duermas con un "buenas noches" y despiertes con una sonrisa de buenos días. Ojalá te alegres de cada puesta de sol, de cada estrella o de cada color que adorne tu cielo. Ojalá sonrías todos los días con el mismo ánimo, alegría y amor. Ojalá que jamás te dejen con lágrimas en los ojos ni con un sentimiento de vacío. Ojalá que siempre te abracen y te acompañen aún cuando ni tú quieras hacerlo. Ojalá te quieran tanto como quieres a los demás. Ojalá que nunca te hagan a un lado, te olviden o te sustituyan. Ojalá que siempre seas importante para alguien, incluso para ti. Ojalá veas el mundo desde otra perspectiva y que cambies tus puntos de vista. Ojalá vivas sin tener que preguntarte qué está mal en ti. Ojalá no le rompas el corazón a nadie. Ojalá cumplas cada una de tus promesas. Ojalá se interesen en descubrir cada uno de tus gestos, costumbres y canciones. Ojalá duermas con una s

Café.

Escuché el tintineo característico de la puerta y alcé la mirada: había llegado un nuevo cliente a la cafetería. La vi entrar y no pude evitar seguirla con la mirada. Se acercó a la barra y dijo su orden: una taza de café caliente con azúcar y panquecas con chocolate. Se alejó de la barra y alzó el cuello para buscar una mesa disponible. Escogió una un tanto alejada y marchó en esa dirección. Caminaba con lentitud. Llevaba el cabello a la mitad de la espalda, lentes de montura y un vestido suelto con un estampado de flores. El mesero llegó con su orden y la dejó sobre la mesa. Comenzó a comer y yo empecé a distraerme en los colores, hasta que uno llegó a mi mente y se depositó en ella: Café. Café como el líquido que llevaba a su boca. Café como sus ojos, su piel y su cabello...      (aunque su cabello se mezclaba con algunos destellos de sol). Café como las hojas que caían afuera. Café como el tronco de los árboles. Café como el otoño... Café c

Árbol.

Crecemos como un árbol:      con raíces firmes que nos sostienen de la inclemencia del viento;      con un tronco fuerte que nos da cuerpo y altura;      con ramas que crecen y crecen hasta el cielo;      con hojas, verdes, amarillas o naranjas, de distintos tamaños y formas;      con flores, frutos y frutas para acumular y reservar todas las cosas buenas;      con semillas,                para regresar al suelo,                                          germinar,                                            y volver a crecer.

Matices.

Creo que lo más difícil de todo fue separarnos. Justo nosotros, que habíamos compartido tanto, pero nos deshicimos. Dejamos de vernos, de querernos y de escribirnos. Fue lo mejor, para ambos y para ti, porque aún me quedaba un poquito de afecto... un poquito de amor. Al principio no deseaba pensarte y buscaba mil y un excusas para olvidarte. Fue complicado, pero busqué mil y un maneras de superar todo, y buscarle destinatario a ese amor que se había quedado sin dueño. Estaba tan enfocada en ello que, poco a poco, dejé de pintar y de escribir. Hasta que, un día, decidí comprar lienzos, lápices, y diferentes tipos de colores y pinturas. Decidí comenzar con tus recuerdos y los pinté uno a uno con acuarelas. Continué con tus abrazos y escribí sonatas, de esas que despiertan el alma. Recordé tu sonrisa y la dibujé con cuidado y sin prisas. Sentí tus besos y de mí brotaron miles de estrofas y de versos. Miré la noche oscura, estrellada e inmensa y decidí recrearla con óle

Día a día.

Te juro que no me quiero deprimir, pero trato, trato y trato, y me resulta completamente imposible. La música suena fuera. Es una canción movida. Al parecer esa persona se encuentra de buen humor. Cierro la puerta y las ventanas para evitar que el ruido me inunde. Enciendo mi ordenador y selecciono una canción triste, de esas que calan un poco y hacen que cada palabra duela. Comienzo a cantarla. A prestar atención a cada palabra e identificarme en cada frase de la misma. En esto ha llegado a transformarse mi día a día: en una sucesión de canciones tristes con atisbos de canciones movidas y un poco alegres. Busco incansablemente la explicación para este ánimo tan peculiar y sé que se trata de un motivo en específico, así que supongo que, las palabras que no se dicen, se expresan o se escriben, afectan un poco en el ánimo. Entonces comienzo a escribir. Uno palabras. Creo frases. Entreleo cada línea escrita. Borro palabras. Leo y releo. Añado emociones, metáforas y unas cuantas comparaci

Crisis.

Siempre me han dicho que "de los tiempos de crisis nacen las mejores ideas", pero yo vivía en un constante estado de crisis que no me dejaba avanzar ni me permitía salir; más bien, me hacía oscilar y caer en el mismo desequilibrio constante. Debo admitir que tuve buenas ideas, pero ellas nunca llegaban a ejecutarse y siempre permanecían en eso, es decir, jamás llegaban a ser acciones. Así como tuve grandes oportunidades que aproveché y otras que rechacé con facilidad. Cometí errores, tomé un montón de malas decisiones, es cierto, y siempre he tardado un poco para llegar a notar que aquello que hice estaba mal y que a la única persona a la que le hacía algún daño con eso era a mí. Creo que lo único seguro de todo esto es que fui una inmadura en tiempos de crisis y que le regalé un poco de crisis a mis tiempos.

Plan C.

Estábamos juntos en un lugar cercano a la costa. No nos encontrábamos solos, más bien, estábamos acompañados por tus amigos, esos que, muy en el fondo, me conocían. No pude saber cómo, pero de repente, estábamos solos. Estábamos bromeando, riendo, parecíamos cómplices y nos veíamos felices. De pronto, parecía que habías recordado algo y dijiste "Así solíamos comportarnos cuando estábamos juntos, pero tú no sientes nada por mí ¿no es cierto?" Quedé en silencio, porque sabía que no era cierto. Fuiste rápido e interpretaste mi silencio de la mejor manera. Te acercaste a mí. Dejaste tus lentes sobre mis manos. Quitaste los míos con suavidad. Te fuiste acercando de a poco. Cada vez menos distancia. Cada vez más cerca. Nuestros labios se juntaron, mi corazón latía desbocado y, por un momento, la realidad se había vuelto subjetiva... Hasta que desperté mirando un techo conocido, escuchando el sonido incesante de las aspas de mi ventilador y con ligero vacío en el pecho.

Vete.

Vete, pero no lo hagas tan rápido, recuerda que afuera hace frío y que no tengo a nadie que me abrace por las noches. Vete, pero no voltees a mirarme, porque seré la primera en dar la espalda y fingir que no me importa tu partida. Vete, pero sin darme un beso, ni un abrazo, porque sabes bien que te detendría, y ninguno de los dos queremos ver una de mis escenas de drama. Vete, pero no me mires con amor, odio, ni decepción. Hazlo con firmeza, fuerza y seguridad, cómo si fueras tú el que lo deseara. Vete, pero no ignores mis indicaciones. Anda por el camino más seguro y recuerda cada uno de los detalles, para cuando decidas regresar. Vete, pero no hagas una maleta grande, deja algunas cosas que seguramente necesitarás o necesitaré en el futuro. Vete, con los ojos rotos y el corazón triste, sin notar que invertí algunas palabras y cambié ciertas emociones. Vete, porque sí, porque te lo pido Vete, pero no te olvides de llevarme a mí.