16.

Él me vio crecer de una manera rápida y observó con paciencia cómo aprendía a reír, a caminar, a hablar y a querer.
Calmó mis rabietas, intentaba controlar mi ira y secó algunas de mis lágrimas.
Me vio llorar y estuvo ahí cuando mi corazón se rompió por primera vez.

De hecho, estuvimos juntos casi 19 años, pero él solo estuvo conmigo durante 9, porque, el resto, lo pasé yo a su lado.

Aún así, recuerdo todo, porque lo vi.
     Vi cómo se olvidaba de mí, de mi nombre, de todas las veces que me sostuvo en sus brazos y me llevaba de la mano.
     Vi cómo se perdía en sí mismo, cómo se extraviaba y se alejaba para jamás regresar.
     Vi cómo dejó de hablar, de mirarme y de darme su mano.
     Vi cómo intentaba recordarme, cómo apretaba mi mano cada vez que se la tomaba y cómo bajaba la cabeza para ver de nuevo su piel llena de lunares.

Lo vi volverse la sombra de sí mismo.
     Vi cuando dejó de caminar y de hacer las cosas solo.
     Vi cómo se descompensaba, cómo se volvía pequeño y débil.

Lo vi morir, en silencio, dejando que el aire abandonara sus pulmones.

Lo vi de todas las maneras posibles, pero jamás dejé de verlo con amor y ternura, porque siempre fui su pequeña, su niñita cachetona y su nieta más chiquita.

Y eso es algo que la muerte nunca pudo cambiar.

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Querido mejor amigo.