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Mostrando las entradas de mayo, 2018

32.

Vivimos treinta y dos días intensos, llenos de color, lluvia y secretos; de charlas al oído y de risas al unísono; llenos de noches sin dormir porque deseábamos mirar cómo el amanecer desaparecía las estrellas; llenos de compañía y confianza, de fantasía, palabras, música y sorpresas; llenos de ti y de tu sonrisa contagiosa, llenos de mí y de mi gran capacidad de hacerte reír... llenos de nosotros en cualquier faceta imaginable. Vivimos treinta y dos días inolvidables, de esos que llenan, abarcan y se mantienen, de los que hacen la vida un poco plena y los días posteriores más llevaderos. Mi sucesión de días a tu lado fueron los mejores, ya que tu compañía llenaba todo, lo unificaba y lo hacía mejor: más colorido, más alegre y más feliz... pero no todo dura para siempre. Hoy te irás y me iré, en direcciones contrarias y con propósitos distintos. Solo me queda decirte gracias, por ser lo mejor que tuve dentro de mis días contados. Mi mayor felicidad. Mi más grande refugio.

16.

Él me vio crecer de una manera rápida y observó con paciencia cómo aprendía a reír, a caminar, a hablar y a querer. Calmó mis rabietas, intentaba controlar mi ira y secó algunas de mis lágrimas. Me vio llorar y estuvo ahí cuando mi corazón se rompió por primera vez. De hecho, estuvimos juntos casi 19 años, pero él solo estuvo conmigo durante 9, porque, el resto, lo pasé yo a su lado. Aún así, recuerdo todo, porque lo vi.      Vi cómo se olvidaba de mí, de mi nombre, de todas las veces que me sostuvo en sus brazos y me llevaba de la mano.      Vi cómo se perdía en sí mismo, cómo se extraviaba y se alejaba para jamás regresar.      Vi cómo dejó de hablar, de mirarme y de darme su mano.      Vi cómo intentaba recordarme, cómo apretaba mi mano cada vez que se la tomaba y cómo bajaba la cabeza para ver de nuevo su piel llena de lunares. Lo vi volverse la sombra de sí mismo.      Vi cuando dejó de caminar y de hacer las cosas solo.      Vi cómo se descompensaba, cómo se volvía

Era.

Vivía de amores y desamores. En busca de alguna emoción. A veces anhelaba que la vida se detuviera. Otras deseaba que nunca se acabara. Nunca quieta. Siempre en constante movimiento. Era una hoja que se mecía con el viento. Era la arena que siempre regresaba a la playa. Era el agua que descendía y regresaba. Era la Luna que brillaba por el Sol. Era el universo que giraba y giraba sin fin. Era las estrellas que iluminaban el cielo. Era el viento que despeinaba su cabello. Era el árbol que parecía no tener fin. Era el cielo infinito y eterno. Era el fuego. Brillante y febril. Era todo en uno y uno en nada. Era el brillo que desprendía su mirada. Era cada constelación que adornaba su piel. Era la flor delicada que abandonaba la rama. Era cada ave que simplemente volaba. Era ella. Todo. Mucho. Poco. Y nada. Era ella. La que siempre se contradecía y nunca se callaba.