Café esmeralda.

Eran una pareja poco común: ella escribía y miraba al mundo a través de sus ojos verde esmeralda; él, en cambio, llevaba margaritas blancas y el café en su mirada.

Aunque deseaba hacerlo, nunca los miré juntos, yo era una simple espectadora, alguien que veía todo de lejos y esperaba ansiosamente el día en el que ellos se encontraran.

Me gustaba escuchar lo que él hablaba de ella y amaba leer lo que ella escribía de él. Pero, en silencio, deseaba que ese mar inmenso que los separaba se hiciera pequeño. Deseaba que se volviera riachuelo para que la distancia se acortara y, en cambio, los acercara...

Cuando ese día llegó, no logré estar. Miré sus fotos días después y admito que una felicidad inmensa vino a mí. Mi emoción era tanta que no dejaba de sonreír.

Entonces imaginé que el café de sus ojos había encontrado ese brillo esmeralda que llevaba tanto tiempo esperando. Imaginé que su felicidad era tan inmensa como ese mar que los separaba. Imaginé que ahí estaban ellos, juntos, sonriendo... imaginé que todo era posible.

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