Ausencia.

Siempre estuve ahí: hablándole, cuidándole, contándole mil y un anécdotas diferentes, esperando que se alegrara y me mostrara esa sonrisa suya... esa que amaba tanto.

Siempre quise que fuese feliz, que cumpliese cada uno de sus sueños y que fuese la mejor persona del mundo.

Siempre le recordaba y le escribía todos los días sin falta.
                Estuve ahí, aguardando, esperando, deseando que me notara.

Pero nada sucedía y los días pasaban uno tras otro cómo una ráfaga.

Pasaron mil y un estrellas,
el sol se volvió pequeño
y la luna dejó de brillar.

Pero el día no llegaba y nunca llegó.

Así que, me quedé esperando del otro lado de esta Isla. En ese lugar al que no podías acceder.
Estaba sola, junto a un montón de sueños rotos y un centenar de soledades,
                       con el corazón roto lleno de tonterías y verdades.

Una vista común. Similar a esas historias clichés que tanto me gustaba leer.

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Querido mejor amigo.